martes, 23 de agosto de 2011

EL INSTITUTO “ERMITA DEL TOLOLAR”. IMPRESIONES

Experiencias de voluntarios en León. Verano 2011. Manuel Hernández Martínez.

Primera parte.

No es el centro geográfico de la zona pero sí se encuentra en la entrada desde la carretera principal. A él acuden todos los alumnos que han acabado la enseñanza primaria de la zona (de 1º a 6º) y quieren seguir realizando sus estudios hasta finalizar la secundaria (de 7º a 11º): cinco años de estudios que los capacitan mejor para el mercado laboral y obligatoriamente para la universidad.

Lo primero que llama la atención es el orden de las pocas cosas que hay en el patio. Es un centro pequeño, con unos 200 alumnos y unos ocho profesores. Una parte del centro se encuentra en obras pues están construyendo los laboratorios de Ciencias. Pero no es el ruido de las obras lo que más molesta, sino que las clases, como las casas, están abiertas al exterior por el vano de la puerta, las verjas que hacen de ventanas y la ausencia de pared que cierre hasta el techo pues comunica con el aula siguiente.

A pesar de las condiciones que observamos en la zona rural (la higiene en las casas, la suciedad en el entorno en el que conviven personas y animales, la ceniza de los caminos) los alumnos y alumnas, chavalos, lucen camisa blanca y pantalones o faldas azul marino. Las chicas llevan medias hasta la rodilla igualmente blancas. La raya del pantalón en la mayor parte de los chicos es impecable. A veces se adivina una camiseta, blanca, un pantalón de chándal o vaquero, pero azul marino. A veces, bajo la camisa blanca se ve una camiseta con algún color, pero casi siempre es blanca: camiseta y camisa a pesar de los calores.

Hay brigadas de limpieza cada mañana, por lo que todos valoran la limpieza de los escasos patios y zonas de acceso y las propias clases. Sobre las pizarras han pegado pizarras acrílicas, aunque es difícil encontrar un rotulador borrable sobrante o un paño para borrar.

El lunes realizan la Matinal, con una oración dirigida por una pareja de alumnos, el canto del himno y los avisos pertinentes de la semana. Todos están en orden y por filas de edad.

Cuando entro a las clases se ponen de pie como visitante y muestran atención en esos primeros minutos. En el desarrollo de las clases las actitudes se normalizan y la globalización de comportamientos llega a que se reproduzcan las situaciones habituales.

En el patio venden fresquitos y fruta amablemente, no hay ni gominolas ni bollería, ni café, ni refrescos.

Espacio privilegiado es la biblioteca, recién inaugurada y con muchos medios: imprescindibles los ventiladores, aquí abanicos: hasta cinco. En ella uno se siente muy a gusto. Tiene ventanas, siempre abiertas, como las puertas, mientras está en servicio, y paredes hasta el techo. Se va llenando de libros, de proyectos, de ilusión.

El martes 9 han recibido la visita de varios grupos de Preescolar y el miércoles parten a centros más lejanos para hacer actividades de dinamización de lectura, básicamente “Cuenta cuentos”. Ya se lo he advertido a los alumnos: tienen un espacio privilegiado para leer, trabajar, estudiar, entretenerse. Frente a sus aulas deterioradas, con una simple pizarra blanca acrílica, sus ventanales de obra, sus sillas incómodas, viejas y alguna rota… El calor, exterior y humano… Los ruidos permanentes del exterior, de la clase de al lado, pues las paredes no cierran con el techo en la mayor parte de la clase… La Biblioteca es un lugar privilegiado: ventiladores –abanicos- en el techo, ventanales grandes –siempre abiertos, claro, pero ventanales- muebles nuevos de madera, mesas grandes, corriente de aire al tener dos puertas –abiertas mientras el servicio-… La amabilidad de Dina y ahora también de las compañeras que la acompañan.

Los estudiantes vienen regularmente a la biblioteca a por los libros de clase, a por los manuales… Podemos decir que los libros son gratuitos… Están en la biblioteca y habrá unos ocho por asignatura y curso… Ese es todo el material. A mí me han tenido que dejar un rotulador para la pizarra pues no hay más –creo que hay alguno en la biblioteca-. Cada profesor lleva el suyo incluso. Las fotocopias que realiza la bibliotecaria, las pagan los alumnos, cada una cuesta medio córdoba (30 córdobas es 1 euro; un billete de bus de recorrido interurbano son 3 córdobas).

Lo más difícil en las clases es propiciar un ambiente estimulante de trabajo. En cada grupo las sensaciones y situaciones son distintas. Desarrollaré más la del grupo de 8º (lo que sería segundo de ESO) de ayer. La clase se desarrolló de 10:15´ a 11:45´. Algunas clases de hora y media se dividen en dos, pero la mayor parte duran una hora y media. Hay que tener en cuenta que no empiezan las clases de forma puntual. Por la mañana los alumnos limpian a primera hora, hay un grupo adjudicado para ello y hasta que no acaba la limpieza, hacia las 7:15´, no empiezan las clases. La mayor parte de profesores viene de León, y es la llegada del autobús la que impone el comienzo del trabajo. En teoría llega a las siete, pero puede retrasarse. En el caso del grupo de 8º tuvieron clase la primera hora, pero ya sabían que a las 8:30 no tenían profesor y que tampoco tendrían tras el descanso de las 10 h. Les faltaban dos profesores de los tres que tenían. Una profesora nos advirtió del hecho a las ocho y media: que ese grupo ya no tenía profesores el resto de la mañana y que podíamos adelantar la actividad de tercera hora, lo que no implicaba que se fueran antes. Aquí no existe para los profesores la “Guardia”, de tal manera que esos alumnos no reciben atención aunque algún profesor esté libre. Al menos es lo que yo he visto. Pablo decidió jugar con ellos en el patio, porque era la hora de Educación Física, y ocuparse así de los alumnos. Yo pensé aprovechar ese rato para ultimar el Pps de Buñuel y relajarme un poco y dar así el servicio a la tercera hora. Allí acudí y los alumnos tardaban mucho en venir. Como Pablo los conocía los iba buscando por el patio o por la calle: muchos ya se habían marchado en el receso. Entraron unos cuantos. Lo curioso es que en el patio o por detrás de la pared que da a la valla seguía habiendo alumnos. Siempre hay alumnos en el patio, siempre, de forma que desde dentro de la clase los estudiantes observan a los que están a fuera y se despistan con facilidad. No abren la mochila, no. Siempre en la espalda y cerrada. Hay que insistir para que abran, saquen el cuaderno y copien. Es un ritmo lento. Incluso para los mejores puede ser dañino, al recibir poco estímulo. Para los más normalitos enseguida se pueden cansar pues parece que el ritmo lo marque la pereza…

Son impresiones de los primeros días. Las dos “molestias” o dificultades para desarrollar mis clases están siendo, por un lado, esta especie de dejadez, desmotivación que parece propiciar no solo la actitud de los estudiantes, también el calor, la impuntualidad, la costumbre de no participar, las instalaciones del aula y falta de recursos… Por otro lado, y referido a la instalaciones, la molestia mayor en aquellas clases en las que los alumnos están en silencio, incluso para participar, es la sonorización de las aulas. Todavía no había tenido la experiencia de estar flanqueado por tres lados de ruido. Hasta ahora habían sido aulas en las que la distracción provenía de dos lados. El miércoles fue en 8º en un aula en la que los ruidos provenían de las rejas que daban al patio, con los alumnos que están allí libres; y el otro lado el que daba al lateral con la valla del centro, donde había alumnos más bien ocultos pero que seguían charlando en voz alta. En 7º el ruido provenía por un lado del mismo lado del patio y el otro lado consistía en el espacio que queda libre hasta el techo de la pared más corta, por donde se colaba el ruido de la clase de al lado. Eran ruidos de una clase muy dinámica –no sé exactamente cuál- pero con muchos ruidos de sillas, levantarse, hablar muchos en voz alta, salir media hora antes de clase… Pero hoy he tenido la experiencia de que viniera el ruido por tres lados: el lado que da al patio, donde ostensiblemente estaban sentados varios alumnos de esta clase –en la biblioteca me han comentado que había varios de los que no suelen participar-; el lado corto donde compartimos el espacio con la clase adosada, de donde venían intermitentemente ruidos de la clase, más o menos comprensibles y a los que yo puedo estar acostumbrado; pero lo peor ha sido el lado opuesto al del patio, el otro lado largo de la clase donde en este caso también se compartía espacio hasta el techo: una clase donde el ruido ha sido constante, pertinente, una algarabía que me impedía hablar en voz normal-alta, donde ni yo mismo me escuchaba durante todo el tiempo. Incluso el profesor que me ha acompañado en gran parte de la clase y que intervenía e interactuaba correctamente, ha salido varias veces de la clase y me consta que ha ido a aplacar un tanto ese griterío.

Lo malo de esta clase, bueno para mantener el silencio, pero malo para la participación, es que apenas contestaban a mis preguntas sobre su propia realidad, o sobre algún texto sencillo que he leído…

De nuevo creo que he metido la pata al contarle mis penas a la directora. Ha sido justo al salir de esta clase donde mi garganta no ha quedado dañada pero sí he notado el sobreesfuerzo en los pulmones y he explicitado mi incomprensión ante tal cantidad de ruido externo especialmente en ese lado de la clase. Se me ha escapado decirle: “¡Me gustaría saber quién daba clase ahí y qué daba!” Una lástima. Este papel de “observador” que de alguna forma también me han pedido que haga, también me hace sentir un poco charlatán, al no filtrar todas mis emociones y razonamientos. Yo no soy un buen profesional y estoy criticando la labor de otros profesionales. ¿Debo, por lo tanto, callarme, o decir solo aquello que no pueda molestar, o reducir la cantidad de información que expreso, reduciendo lo negativo o anulándolo? Por un lado mi punto de vista o perspectiva puede ser válido, pero por otro parezco un espía. ¿No me molestaría que conmigo hicieran lo mismo? Las dudas que me ha planteado Adilsa, la directora, y los problemas ¡los tengo yo también en mis clases! ¡Si no tengo la solución, cómo voy a criticar, observar! ¿No es indecente? Tampoco quiero que mi información sirva al Hermanamiento o a los responsables educativos para reorientar nada o criticar a alguien. Mi intención es expresar mis dificultades, pero he de reconoces que son mías. Creo que no tengo derecho a opinar y menos a criticar. ¿Tengo derecho a informar? Me lo plantearé.

1 comentario:

  1. ¡Hala! Qué bueno el leeros desde Zaragoza... Disdrutad lo que os queda y un abrazo muy fuerte.

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