lunes, 20 de junio de 2011

Aprendiendo a ser embajador. Jesús Baquero en el Carmen y San José

Tras varias sesiones preparatorias, basadas en contenidos teóricos y, sobre todo, procedimentales, en las que he estado formándome para vivir una experiencia de cooperación en Nicaragua, y en las que mediante metodologías lúdicas buscábamos fortalecer la cohesión del grupo, hoy me he sentido más cercano al terreno que busco, realizando mi primera visita a uno de los colegios hermanados con los de Nicaragua, se trata del Colegio Ntra. Sra. del Carmen y San José, hermanado con el Instituto Mariano Fiallos de Nicaragua. La visita la tenía que haber realizado con el compañero Alfredo, juntos vamos a colaborar en Nicaragua en el citado instituto, pero el azar ha querido que esta primera visita la haya realizado solo, ya que Alfredo está convaleciente de un pequeño accidente que sufrió el domingo haciendo senderismo por nuestros míticos Pirineos, tuvo una caída “de esas tontas”, que le fracturó alguna costilla. Con el deseo de que pronto se recupere y podamos seguir esta andadura juntos, os comunico en solitario mi primera experiencia.

El Colegio del Carmen y San José está ubicado junto al casco histórico de nuestra ciudad, lamiendo la iglesia del Portillo, donde yacen las heroínas de la Independencia, y a un suspiro de la emblemática torre mudéjar de San Pablo, aupándose hacia el cielo como necesitada de respirar. Me llama la atención el edificio del colegio, presenta una construcción cúbica de ladrillo mecánico, ennegrecido por la contaminación, con todos los vanos iguales y alineados, como si lo hubiera diseñado un arquitecto de la vanguardista escuela La Bauhaus, además, no hay ningún elemento que nos delate que ese edificio alberga un convento y un colegio, sólo la placa de la entrada, con el logotipo y el nombre del colegio de cerámica esmaltada en tonos azules, nos informa de que ese edificio, posiblemente construido en los primeros años de la posguerra, es un colegio.
Nada más acceder a su interior, la solería de baldosa hidráulica me ratifica la época de su construcción. El silencio, el orden, la limpieza y la decoración de imágenes religiosas, me hacen pensar que he accedido al convento, y no al colegio, una vitrina de los años sesenta con trofeos deportivos me hace rectificar, y, efectivamente, estoy en el colegio. La recepcionista, que ronda mi edad, muy amablemente me recibe y me hace pasar a una pequeña sala de espera con música de fondo, no tengo tiempo ni de sacar el portaminas para tomar anotaciones porque de inmediato se presenta Hannelore, la profesora con la que vengo a hablar, la responsable del Hermanamiento. 

Hannelore es la orientadora del colegio. Es joven, morena, escuálida y risueña, primero me informa del Hermanamiento, de su experiencia en Nicaragua, de su compromiso de continuidad, de su labor en el colegio, de lo que puedo hacer allá, de... Mientras me habla, observo que de su rostro emana todo un derroche de pasión y alegría. Me dice que por mucho que me documente e imagine, no podré situarme en el contexto de allá, en las carencias de medios, en el estado deplorable en que se encuentra el Instituto, muchos días sin luz eléctrica, y que cuando llueve, lo hace con la misma fuerza en el interior de las aulas que afuera, me cuenta la naturalidad con que, una vez pasada la tormenta, continúan las clases en el exterior, cobijados debajo de un árbol.
Me habla de la situación de los maestros, cuyo salario no les alcanza para la cesta básica, es decir, para comer, lo que conlleva que haya bastante absentismo también por parte de los docentes, es tal su situación, que en más de uno pasa por su cerebro la posibilidad de dejar la patria y venir al supuesto “El Dorado” de España, a trabajar como docente.
Me sugiere ideas para trabajar con los profesores y los niños, le informo que soy profesor de Plástica y que me gustaría trabajar allá la expresión plástica con los alumnos y con los medios que allí disponen, pues lo considero más didáctico y después con esos trabajos sensibilizar aquí, en el Norte, pero Hannelore me dice que es mejor hacer una colecta de materiales con los alumnos del colegio para llevar allá, pues de lo contrario, los recursos de los que dispondré serán mínimos.

A continuación, pasa a informarme del colegio donde trabaja, de las características del centro, donde el 80% del alumnado son emigrantes (ahora entiendo el símbolo del logotipo de la entrada, con los esquemas de un niño negro y otro blanco). Me dice que tienen alumnos de todas las edades, desde niños de guardería de un año a alumnos de 4º de secundaria de dieciséis años. Me cuenta que es un colegio muy solidario, y que tanto la dirección del centro como los compañeros de trabajo o los alumnos, responden a todas las actividades que llevan a cabo relacionadas con el Hermanamiento, no sólo en las realizadas para sensibilizar, sino también en las que se recaudan fondos destinados a mejoras de las instalaciones, profesores y niños en el Mariano Fiallos. Organizan mercadillos, actos culturales: teatro, música, etc. con todo ello consiguen todos los años cerca de 2000 euros que aportan al colegio hermanado. 

Seguidamente pasamos a ver el centro, Hannelore me va enseñando todas las instalaciones y presentando a todos los compañeros, tanto personal docente, como las religiosas que lo regentan, por cierto, Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, toda una labor encomiable desde el siglo XVII. Comenzamos por la guardería, para Hannelore la parte más bonita, y de la que más orgullosa está, y no es para menos, porque yo, que poco me desvivo por los niños, he disfrutado y gozado. A pesar de estar en la zona de guardería, el silencio más hondo y educado sigue acompañándonos. No hay palabras para describir las sensaciones y emociones que he sentido al verme en medio de todo un ramillete multirracial y multicultural de niños, quizá me han llamado más la atención las niñas y niños de piel oscura, con sus pelos y trenzas rizadas, acicalados a la manera tradicional de sus países, la sonrisa dulce e inocente que emana de sus rostros, con los dientecitos blancos e inmaculados como jazmines recién eclosionados, y con los ojos oscuros, grandes, luminosos y agradecidos; todos saludan, abrazan y acarician a Hannelore, no en vano es la directora del coro, precisamente el próximo domingo van a actuar en el Auditorio, un escenario donde sólo lo hacen los más grandes. Mientras arropan a Hannelore, me observan con curiosidad y también se acercan hacia mí, sin recelo, como si fuera uno más de su entorno cotidiano. Dejamos la guardería y por una amplia escalinata accedemos a la zona de Primaria, mientras la dulzura de esos niños sigue cabalgando en mi cerebro, el silencio del principio sigue acompañándonos; una a una, vamos accediendo a todas las clases, en donde Hannelore me presenta como su embajador en Nicaragua. Pensando en mi Instituto de Cariñena, en todas las clases busco una tiza en el suelo, una pintada en el mobiliario, una raya en la pared, un chicle en el techo, etc. pero no encuentro nada, sólo el rincón de Nicaragua, decorado con pósters, poemas, fotos, dibujos.... de ese “cercano” país.
Pasamos por varios despachos, salas de profesores, cocina, etc. y subiendo más escaleras accedemos a la zona de Secundaria, Hannelore me mira como diciéndome: aquí no va a ser igual, como temiendo que algún listillo rompa el protocolo, pero no ocurre, todo sigue igual de limpio, sereno, silencioso, ordenado e impoluto, sólo la expectación que sienten ante mi presencia rompe la cotidianidad docente y afianzan la lección de educación que acabo de recibir. Por último, Hannelore me presenta el equipo directivo, al que felicito por todo lo que he visto, no puedo resistirme a preguntarles cómo lo consiguen, me dicen que su trabajo les cuesta, y que desde un principio, en todo momento, la educación en valores sigue siendo un referente y una obligación moral, por encima de nuevas tecnologías, datos estadísticos, reuniones y más reuniones (para hablar siempre de lo mismo), informes y trámites burocráticos en los que estamos inmersos hoy los docentes.

Me despido sintiéndome agradecido por la amabilidad y la atención que han tenido conmigo, les digo que les enviaré un correo con los motivos que decoran las paredes y mobiliario de mi Instituto, mientras observo la máquina de coser que tiene la recepcionista tras el mostrador, un buen ejemplo y una forma más humana y eficaz de pasar el tiempo, que junto al ordenador.
Al acceder al exterior, el tráfico rodante y la silueta de la torre mudéjar recortándose sobre el cielo azul me despiertan del sueño.

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